viernes, 29 de agosto de 2008

CITESA, UNA COMPAÑÍA MUY "VIAJERA"

Hace un mes aproximadamente, a finales de Julio, la que había sido la última secretaria de dirección de CITESA, Lola Cantueso, y, por tanto, mi secretaria desde que asumí la Dirección General de la empresa heredera de CITESA, primero Atlinks España los años 2001 y 2002 y posteriormente Thomson Telecom desde 2003 hasta que dejé la Compañía en 2006, fue “reestructurada”, o sea, despedida en castellano. Hay que ver los eufemismos que utilizamos en el ambiente laboral, (restructuración, reciclaje), para acallar nuestra conciencia y no llamar a las cosas por su nombre en castellano.

Pues bien, Lola, ha dejado la Compañía tras veinticinco años de servicio y ha tenido el detalle de enviarme las hojas de liquidaciones de mis gastos de viaje de los treinta y tantos años que he estado en CITESA Standard Atlinks Thomson. Eran dos carpetas de lomo ancho que estaban arrumbadas en los armarios del archivo de Dirección. Archivo que, como todos los archivos de papel de los departamentos, se había convertido en archivo “de bajo movimiento” desde la aparición de la informática y la práctica exclusividad del soporte electrónico para los documentos.

Aparte del ataque de nostalgia que me embargó y que os podéis imaginar, por redescubrir de repente sitios en los que había estado y que había olvidado totalmente y por poder reconstruir trozos de la historia de la Compañía a través de esos viajes, aproveché mi menor dedicación profesional actual para, con el espíritu de hacer balances que nos entra a partir de ciertas edades, dedicar una tarde a revisar esas carpetas que contenían una parte sustancial de mi vida profesional, es decir, de mi vida, y sacar algunas estadísticas.

Me he quedado asombrado. Resulta que he hecho 652 viajes en 33 años. Cuento como un viaje cada vez que salgo de Málaga, aún cuando en multitud de ocasiones, estos viajes han tenido dos y hasta cuatro destinos, antes de regresar a Málaga.

La ciudad que más he visitado ha sido París, en 152 ocasiones, seguida de Estrasburgo, 33 veces. He estado en China, contando las dos Chinas, la Popular y la Nacionalista, o sea, Taiwán, más de treinta veces. Finalmente, en el año que más viajes profesionales he realizado ha sido en 2003, que salí de Málaga en 53 ocasiones.

Ya desde los inicios, CITESA era una compañía muy “viajera”. Entonces pertenecía al Grupo ITT, iniciales de International Telephone and Telegraph, pero que precisamente por los frecuentes viajes de sus directivos para reuniones, decían que significaban International Talking and Travelling; y cuando se hablaba de su división europea, IITE, la E por Europe, se le añadía al “Talking and Travelling” el “Eating”. En mis primeros años en CITESA, las personas que hacían viajes internacionales con cierta recurrencia se reducían casi exclusivamente al personal técnico/producto (entonces eso de Marketing no existía) y que en los primeros años de la Compañía era casi una sola persona: Lorenzo Martínez, a los directores que periódicamente tenían que presentar resultados y planes en Bruselas y al personal de Calidad relacionado con algún envío a países foráneos (muchas de la veces, envíos problemáticos). La frecuencia de viajes internacionales de las personas de la Ingeniería de Desarrollo era debida a la dependencia que tenía ese departamento de las direcciones técnicas de ITT sitas en Bruselas y Nueva York que, entre otras muchas reuniones, tenían establecidas unas de Jefes de Ingeniería de las diversas subsidiarias del grupo en las distintas sedes de forma más o menos rotatoria. Sin duda Lorenzo Martínez, que era el principal “beneficiario” de estos viajes, podría elaborar mucho más sobre este punto, y hasta corregirme, con esa portentosa memoria para las cosas “inútiles” (en apreciación de José María Reyes) que tiene.

El personal de las áreas industriales tardó en viajar con frecuencia al extranjero, quizás porque la coordinación internacional industrial era llevada a cabo desde Ramírez de Prado. Después, como todos, también se han "jartao".

La verdad es que en el aspecto de los viajes, la Compañía no me engañó. Recuerdo que en la entrevista de entrada una de las pocas cosas por las que se interesó Lorenzo Martínez fue si estaba dispuesto a viajar. No me preguntó si hablaba inglés (preguntar por ello en el año 73 era perder el tiempo). Además tenía la experiencia previa de Maestre y García Lopera que se habían ido a Londres con una mano delante y otra detrás, lingüísticamente hablando y que sobrevivieron y con éxito. No habían pasado ocho semanas cuando partía para Stuttugart para varios meses como experto (?) en diseño de aparatos telefónicos, con una semana de inmersión en inglés en Inlingua.

En estos más de treinta años desde entonces, la forma de viajar ha ido variando drásticamente. En aquellos primeros años, siempre se llegaba al destino el día anterior, con tiempo para dar un paseo por la ciudad en cuestión y cenar tranquilamente en algún restaurante típico, con cuidado con lo que se comía para no tener problemas luego con el interventor de turno, que, aunque acababa “pasando” el voucher, parecía que disfrutaba haciendo sufrir al comensal con los “excesos fuera de norma” que había cometido, sobre todo si era pipiolo. Posteriormente, a medida que los viajes se tornaban más frecuentes, iban tomando un carácter utilitario al mismo ritmo que se aceleraba la actividad profesional, de forma que se procuraba aprovechar el día de trabajo en Málaga y partir de viaje por la tarde. Ello, además, facilitado por el mayor número de rutas aéreas y frecuencia de vuelos.

También se solía extender la estancia un día para hacer turismo, sobretodo si la ciudad visitada era atractiva o nueva para el viajante. Por el contrario, últimamente, quiero decir desde hace más de diez años para acá, si se terminaba el motivo del viaje con antelación, indefectiblemente se intentaba gestionar un cambio de billete por otro más temprano.

Tengo que recordar un viaje a Sao Paulo, en 2003 junto a Rafael Vertedor ya en época de Atlinks, en el que visitamos Telefónica tratando de venderles teléfonos públicos. Pusimos mucho interés en la visita, forzando a Telefónica a que nos recibiera. Cuando terminamos la reunión y les dijimos que volvíamos a España esa misma tarde, no se lo creían. Y es que el Carnaval empezaba al día siguiente. Los “telefónicos” pensaban que nuestro interés en reunirnos era una excusa para pasar unos días bailando samba.

Hasta en tres ocasiones he tenido que simultanear mi puesto en Málaga con responsabilidades de dirección a nivel corporativo. Todas las veces me han propuesto que dejase Málaga y me incorporase en exclusividad al puesto corporativo, naturalmente en París. Nunca acepté porque no veía estabilidad en las organizaciones que me iban a recibir y he de decir que siempre acerté: todas las veces, esas organizaciones, Telecom Profit Center con Thomson, Communications Product Development con Atlinks y Residential Phones Division con Alcatel, no llegaron a completar los doce meses de vida y las posibilidades de quedar en off-side (en la calle) ante una reorganización en París no siendo francés, creedme, son altas.

Pero esa simultaneidad de puestos, no ha sido gratuita, sino que me ha costado meses de sacrificios y estrés, con viajes casi semanales a París o Estrasburgo principalmente, con deficiencias en mi trabajo en ambos lados y, lo que peor llevaba, con directrices de mis jefes, el local y el internacional, no siempre coincidentes, si no en franca colisión.

Voy a terminar con una anécdota no mía sino de Miguel Ruiz al que he pedido permiso previo para hacerla pública en la red. Era el año 1991. Alcatel había empezado el proceso inexorable de centralización de la decisión de negocio en París y, naturalmente comenzó por absorber la responsabilidad de Marketing a las subsidiarias, entre ellas a CITESA, que había tomado cierto protagonismo por el liderazgo en teléfonos cordless. El caso es que Miguel Ruiz por Marketing y yo como técnico, teníamos que estar una semana sí y otra también en Francia. Yo me organizaba estando el lunes en Málaga hasta la tarde que tomaba un vuelo directo a París, donde aterrizaba, con suerte, a las diez de la noche. La rutina de la semana era siempre la misma: trabajo de martes a viernes en la oficina de Suresnes, y el viernes tras la comida temprana de los franceses, llamábamos un taxí para el aeropuerto Orly Sud que era la terminal de donde salían entonces los vuelos a España (y a todos los países árabes, por cierto). Una de esas semanas Miguel se había llevado a su mujer, Toñi, a París y cunado íbamos en le taxi camino del aeropuerto le pregunté a Miguel: “¿Toñi nos espera en el aeropuerto?”. Miguel se puso blanco; se dio una palmetada en la frente como el del anuncio de los Donuts y exclamó: “¡Coño, mi mujer!”. Siguiendo la rutina de todas las semanas se había olvidado que tenía que pasar a recogerla al hotel.

El siguiente problema vino con el taxista que no hubo forma de convencerle para que se desviara, ya que decía que el terminaba su jornada en Orly (lo de la “amabilidad” de los taxistas de París daría para otro artículo). A todo lo más que accedió fue a dejar a Miguel en una parada de taxis. Al final, pudieron coger el vuelo previsto conmigo y la cosa no pasó de ahí. Bueno, quizás sí. Miguel, con la falta de malicia que da la juventud, confesó a su mujer que “gracias a José Luis no te he dejado tirada en el hotel”. Franqueza a todas luces innecesaria y que me temo le costaría a Miguel una temporada “a pan y agua”.